El pequeño pueblo a orillas del lago Toluca llamado Silent
Hill fue una vez un popular reclamo para turistas, pero ahora ha caído en una
inquietante desolación. Su época de máximo esplendor pasó hace mucho tiempo,
mientras que los recuerdos de un trágico incendio que engullo a casi la mitad
del pueblo siete años atrás aún perduran en el recuerdo de las localidades más
cercanas. Es uno de los muchos sucesos de desgracias que contiene la historia
de Silent Hill. Para el pueblo la temporada turística ha terminado, aunque esta
vez para siempre: Silent Hill está muerto.
Actualmente podría
parecer que Silent Hill es un simple pueblo fantasma, pero en el fondo es mucho
más que eso. Tras la densa, permanente e inexplicable niebla que cubre hasta el
último de sus rincones se oculta aquello que los ojos de cualquiera no podría o
no desearía ver, mientras que constantemente yace entumecido en un espeluznante
y sobrecogedor silencio. Sus secretos más ocultos están a punto de ser
desvelados.
Nadie sabría explicar
como aquella extraña religión se introdujo en el pueblo y como fue ganando
adeptos y popularizándose de tal modo que incluso comenzó a desplazar a las
otras religiones más convencionales, pero el caso es que así ocurrió. Las
formas de proceder de este nuevo culto eran del todo sospechosas y oscuras,
pero aun así eran cada vez más los que se les unían. El culto comenzó a
utilizar drogas de su propia creación para manipular las mentes de sus fieles y
lograr que obedecieran todas sus órdenes, y en poco tiempo consiguieron que una
gran parte de la población de Silent Hill fuera abrazando esta nueva fe (muchos
de ellos por la adicción que esta droga les causo). El dr. Kauffman, director
del hospital de Silent Hill y una de las personas más entregadas a la causa del
culto, era el principal encargado de idear y manufacturar esas drogas.
La nueva religión ya
estaba bastante asentada y contaba con un número de seguidores realmente
importante cuando un grupo de personas, presas de un fanatismo inexplicable por
estas nuevas creencias y entre las que se encontraba el Dr. Kauffman, estaban
dispuestas a llevar esa fe más allá aun de lo meramente religioso: Pretendían
hacer lo necesario para que Samael, ese nuevo dios al que esa desconocida religión
adoraba, se encarnara en nuestro mundo pensando que ello traeria consigo la
llegada del Paraíso Eterno. Para este fin, Dahlia Gillespie, tambien
completamente entregada al culto y con la obsesión de atraer a Samael a nuestro
mundo, engendro a una hija sometiéndose a una serie de rituales con la intención
de utilizarla como soporte físico para la encarnación de Samael: esa hija fue
Alessa Guillespie.
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